Primero fué un autito LandRover a escala 1:24, luego la posta ha sido seguida por varios juguetitos de plástico (especialmente animalitos) ansiosos por recorrer el Perú :D

miércoles, abril 23, 2008

Santiago de Tuna-Cupiche (13 y 14 de Abril)

Salida organizada por Bruno, uniríamos los pueblos de Santiago de Tuna (2930 msnm) y Cupiche (1150 msnm). los cuales distan entre sí aproximadamente 18 kilómetros.

Narrada esta vez por el Jefe Indio :)


Mi dueña y yo nos reunimos con el grupo a las ocho de la mañana en el parque Echenique de Chosica, donde ya estaban listos para partir (habíamos pasado la noche con la abuela en Chaclacayo, mientras que ellos venían desde el Óvalo Santa Anita).

En total éramos 11 personas. Aquí nos encontramos nuevamente con el Señor Raúl y con Érica y Ángel, a quienes no veíamos desde el 2006.
Tomamos uno de los carros que van a Cocachacra. Llegamos allí a eso de las nueve de la mañana. El lugar parecía casi muerto, pero por suerte hallamos un carro que aceptó llevarnos directamente a Santiago de Tuna, sin necesidad de hacer transbordo antes.

Este año ha llovido más de lo usual y la vegetación es exuberante. Compuesta casi totalmente por hierbas, éstas germinan, crecen y superan el metro sesenta en apenas dos meses, casi como una explosión, y apenas dos o tres semanas después de las lluvias, se secan, mueren y desaparecen con mayor rapidez, no sin antes dejar sus semillas.

Photobucket

Todo verde!!!!!

La carretera que une Cocachacra con Santiago de Tuna es uno de los más peligrosos que existen. Bruno contaba cómo un grupo de música folklórica, apremiado por los espectáculos que debían dar, salieron antes del amanecer, en medio del trayecto una curva (pues son muy cerradas) ganó ventaja al chofer y el carro se fué al abismo. Cuenta Bruno que fué un duelo para esa parte de Huarochirí, ya que era un grupo muy querido. El camino es de tierra y en época de lluvias debe ser una pesadilla. A un lado del camino, haciendo fila, se ven las cruces y los recordatorios de la gente que ha muerto allí.

Pero no nos ocurrió nada. A las diez ya estábamos en Santiago de Tuna y aprovechamos para tomar unas fotos.

Photobucket

Media hora después inicíabamos la caminata por un camino de tierra bordeado de vegetación. Mas no tardamos mucho en abandonarlo, Bruno nos llevó por un camino tapado por los matorrales, a partes de los cerros a donde sólo las cabras y las ovejas llegan, buscando comida. Es plena época de floración y el paisaje se tine de morado, amarillo, blanco y rojo. Felizmente no hay tantos insectos como en las alturas de Huaral, aquí incluso pudimos ver mariposas monarca.
Los cerros, todos cubiertos de verde, se parecen muchísimo a los que se ven en la Selva Alta, al otro lado de la cordillera. El entrar a la selva alta, después de atravezar los andes, ofrece un cambio de paisaje impresionante: si del lado occidental los cerros normalmente están pelados, del lado oriental están cubiertos de verde. Así se veía este paisaje por el que transitábamos.

Las fotos están akí y akí.

Pasamos por los cerros Suche (zona de división de las aguas de los ríos Lurín y Rímac, a 2890 msnm), el abra Antioquía (2180 msnm) y Chaymillán, donde estaba programado el almuerzo.

El camino de descenso era bastante pesado ya que, cubierto de plantas, era muy resbaloso. De entre los matorrales se veían azomarse algunos cactus, y éstos estaban ocultos entre tanta planta, por lo que había que tener cuidado. Felizmente eran hierbas sin espinas, aunque entre ellas se ocultaban algunas ortigas.


Photobucket

Yo preferí ir con mi montura :)


El problema fué que ya desde temprano Lucho empezó a dolerle el tobillo. Se quedó muy rezagado, al principio lo acompañaba Juan y luego Manolo quien por un trecho, ya de tarde, se puso a cantar para distraerlo. A raíz del dolor en el tobillo, empezó luego a molestarle la rodilla. Luego Juan pasó al frente del grupo y, poco antes del anochecer, Bruno mandó a Manolo que lo apoyara, quedando él y mi dueña para acompañar a Lucho.

La bajada por los cerros parecía interminable, difícil por todas las plantas, mientras intentábamos seguir un sendero invisible. Juan dirigió al grupo por la ruta más directa, y más empinada, mientras que Bruno dirigía a sus acompañantes en zigzag, que es como se deben bajar los cerros. Ya había caído la noche y Lucho ya no aguantaba el dolor. Para aligerarle la mochila, Bruno le pidió lo que llevaba adentro (casi nada en realidad) y Lucho saca un periódico El Comercio (el más grande que se vende en Lima) el cual Bruno lo guarda en su mochila. Lucho tenía la idea de leerlo en el camino, pero no contó con lo pesado que es en realidad el papel.

Felizmente la luna estaba en cuarto creciente y se podía ver sin necesidad de la linterna de Bruno (aunque era más fácil ver con la linterna).
Descendíamos por el lado izquierdo de un cerro hasta que Bruno ya no halló cómo seguir bajando, tuvimos que volver. Con los palos es posible tantear el camino por si hay grietas (antes de separarnos del grupo encontramos muchas, y partes del camino que prácticamente se estaban deshaciendo). Hubo una parte tan empinada y con tierra tan suelta, que Yelinna casi tuvo que arrastrarse para avanzar, mientras que más atrás, y en terreno más firme, Bruno intentaba ayudar a Lucho. Entre Bruno y Yelinna intentaban darle ánimo. De los tres, éste era el más grande por lo que los otros no podían hacer más que insistirle en que avanzara.
Pero llegó un momento, después de las siete de la noche, en que Lucho ya no soportaba el dolor. Tuvimos que pasar la noche allí, entre los cerros. Estábamos a menos de 2000 msnm por lo que si hacía frío no debía ser mayor problema. Nos quedamos en una de las puntas del cerro Chaymillán (uno de los hijos de Pariacaca), zona realmente desprotegida pero no habían muchos lugares para escoger.
De agua sólo quedaba media botella de Gatorade, dos paquetes de galletas de soda y uno de vainilla. Ésa fué la cena (excepto las galletas de vainilla, que Yelinna quiso guardar para el día siguiente). La idea era taparse con el impermeable de Bruno. Al sacarlo, encontró el periódico.
Ahora no era tan malo: el colchón serían las hojas de El Comercio. A las ocho ya estaba todo el mundo acostado, después de la última comunicación por radio con Manolo (quien amablemente llamó a la casa de mi dueña para que no se preocuparan).
Ya antes Bruno nos había informado acerca de la fauna de la región: rodedores, aves, todos animales pequeños e inofensivos. Tal vez el mayor peligro fueran asaltantes, pero a esa parte no llega nadie, y no hay línea de vista con Cupiche (a unos cinco kilómetros de distancia), así que nadie tampoco vería la luz de la linterna de Bruno.
(Después supimos que el resto del grupo llegó bien a Lima antes de las nueve de la noche).

A medida que avanzaba la noche la temperatura iba descendiendo. Llegó un momento en que Lucho empezó a temblar, y lo único que se pudo hacer fue meterle periódico entre la ropa y envolverlo en su impermeable. Contra todos los pronósticos, Bruno calcula que la temperatura descendió a unos ocho grados en la madrugada, pero ocho grado aún son muchos como para correr peligro al dormir al aire libre.
Dormir sorbe la tierra es incómodo. A pesar de haer quitado todas las piedras visibles, aún quedaban otras enterradas, y la tierra es más dura de lo que parece. En condiciones así sólo se duerme por ratos. Se podía saber que Lucho estaba bien por sus profundos ronquidos.

La partida fué después del amanecer. Se recogió todo y como desayuno, Bruno y Yelinna se comieron el último paquete de galletas y los último sorbos de Gatorade. Lucho no quiso comer, tenía sed. Debíamos llegar a Cupiche antes de que el sol saliera del todo, empezara a hacer calor de verdad e hiciera el trayecto más difícil.
Pero a pesar de haber descansado toda la noche, Lucho aún se sentía mal. Avanzaba lentamente y no podía dar más de unos pocos pasos. Entonces Bruno optó por adelantarse con yelinna hasta Cupiche, conseguir un mototaxi o un taxi que quisiera llegar hasta donde pudiera arriba al cerro y esperar a Lucho.

Cupiche estaba más cerca de lo que parecía. Un poco más allá de los cerros donde la vegetación ya había desaparecido. Y lo que parecía Cupiche era un pueblo del Lejano Oeste abandonado: cerros desérticos a ambos lados, cactus, un camino de tierra y casitas. A Bruno le encanta mirar los cactus más grandes y antiguos, antes de dejar los cerros verdes vimos uno con inscripciones casi borradas e ilegibles de 1949.
El camino asfaltado de Cupiche recién se está construyendo. De allí hasta la Carretera Central son unos pocos minutos, eran las nueve de la mañana del lunes y cuando llegamos no parecía la Carrretera Central.
Estaba extrañamente vacía.
Pasaron un par de cousters que venían desde San Mateo y nada más. Lo primero que hicieron Bruno y Yelinna al llegar a la carretera fué buscar un mototaxi. Sólo había uno y ya estaba contratado para ir a Chosica. Como no se veía nada más, fueron a una bodega a comprar algo de beber: compraron un jugo de naranja cargado de azúcar capaz de devolverle la energía a cualquiera.
El sol ya brillaba fuerte. Meditando qué hacer, ambos se sentaron en una banca a la sombra del pequeño toldo de una bodega, mirando la carretera por si pasaba algo más que el tiempo y las escasas cousters que bajaban de San Mateo.
Subió el camión de la basura de Cupiche, y Bruno abrigó la esperanza de que Lucho se encontrara con el camión y bajara en él.

Dieron las diez y nada. Allá, bajo el sol, en el cerro, se imaginaban a Lucho, muerto de sed y sin una gota de agua. Mientras bajaban, él ya sudaba a más no poder, mientras que Bruno y mi dueña recién entraban en calor.

Bruno ya se había levantado, pensando en que debían ir a buscar transporte a Chosica, cuando, por el camino que bajaba del cerro, venía Lucho.
Fué un alivio verlo, casi como una aparición divina. Bruno condujo a Lucho hasta una bodega cercana donde éste compró Gatorade para todos y luego tomamos carro hacia Chosica, donde Bruno conocía un lugar donde desayunar la única cosa que se le antojaba junto con Yelinna: ensalada de frutas con yogurt y miel :D :D
Ya allí, Lucho nos contó cómo, ya a la entrada de Cupiche, se encontró con un señor y una señora que le dejaron tomar toda la gaseosa que quisiera sin pedirle nada a cambio.
Después de comer Bruno (ya eran las once de la mañana) embarcó a Lucho en uno de los colectivos que hacen la ruta Chosica-Cine Orrantia en Lima. Luego él y mi dueña tomaron un micro a Lima, y después de despedirse, ella se quedó en Chaclacayo, pues había prometido a la abuela almorzar con ella.

miércoles, abril 09, 2008

Una historia olvidada

De la que llegamos a saber en la salida por semana santa.

En la noche del jueves nos quedamos conversando buen rato de distintas cosas. De alguna manera se mencionó a Alexander Flemming y su penicilina. Aunque en realidad, ya la penicilina se usaba desde hace varios siglos atrás por los antiguos habitantes del Perú.

Su método consistía en enterrar papas y esperar a que se echaran a perder. Cuando als desenterraban estaban llenas de moho. Se cuenta que el olor era terrible, pero así era como estas papas eran consumidas, por lo que también se cuenta que su sabor no era desagradable. Así cubiertas de hongos, lo que en realidad se comía era penicilina en su estado natural.

Una parodia de la forma de obtener penicilina la hicieron en un capítulo de los dibujos animados de Aqua Teen Hunger Force: el montón de moho peludo verde oscuro (nacido de la asquerosa cocina) le dice a Master Shake, quien estaba enfermo: "Cómeme, soy 90% penicilina".